La primera vez que escuché hablar de ella, no presté mucha atención. En ese momento no formaba parte de mi realidad; además, era una niña de primaria a la que solo le interesaba jugar y reír (aunque esto no ha cambiado mucho).
Saliendo de mi adolescencia la conocí.
Recuerdo que fui en una pequeña embarcación, a la que llaman "peñero". Ese breve período de navegación, a lo sumo una hora, me permitió prepararme para lo que iba a encontrar. No negaré que estaba emocionada, pensando en cuán hermosa podría ser, cómo me recibiría, y si llegaríamos a ser amigas.
En el trayecto, me asombró ver de cerca un gran ferry hundido, en el cual, según mis acompañantes, ¿o guías?, me comentaron podían ver maravillosas escenas cuando allí se sumergían. Continuando mi travesía, corta como he dicho, mi emoción aumentaba, sentía mariposas revolotear en mi estómago, esa sensación parecida al enamoramiento. Era muy cómico porque aun no la conocía y ya sentía que la amaba, sólo esperaba que ella también llegara a amarme.
Grande y grata fue mi sorpresa, al llegar a la Bahía de Charagato, y poner, finalmente, pie en tierra, en la Isla de Cubagua.
Terminé de enamorarme al caer la noche y la boveda estrellada arropó mis sueños. Un espectáculo hermoso las estrellas fugaces que contemplé tumbada en la orilla de la playa. Era mi primera vez presenciando algo tan sublime, tan único para mí. Único porque sabía que, aunque vería otras noches como esa, ninguna sería igual a la noche del día en el que conocí a mi extrañada "amiga", y caí en la trampa, mágica trampa, de la Isla de Cubagua y sus leyendas.

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"Cuando falta el consejo, fracasanlos planes; cuando abundaelconsejo,prosperan" Proverbios 15: 22